13.4.10

El blog de Rolando


El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente, un significado único, que es "yo te deseo", y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo, converso acerca de mis mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación.

Roland Barthes

5.3.10

Una escena para Luis Buñuel en la República de los niños

Un domingo hicimos un paseo arquitectónico muy placentero por la República de los niños. Me impactó sentir en el cuerpo el monopolio de la representación que tiene la religión. En la República de los niños se representa a una ciudad con todas sus instituciones cívicas, mediante réplicas en miniatura de las mismas. Los edificios no son maquetas, son edificios de cemento, madera, ladrillos, etc, construidos a una escala infantil . Lo cual provoca un extrañamiento alucinatorio en los adultos. El edificio de tribunales con muebles de la corte suprema empequeñecidos, el aeropuerto con hangares en miniatura, la casa de gobierno y sus mini-ministerios, el banco, etc, etc. Al entrar a la capilla en miniatura me doy cuenta que hay dos mujeres rezando, mirando hacia el altar. Esa capilla condensaba algo que no estaba presente en los demás edificios. No representaba a una capilla, lo era. La iglesia católica, y otras religiones también, pero por sobre todo la que más poder político tiene en el planeta, ha adquirido cierto tipo de monopolo en la representación. A Buñuel le encantaría esta escena, aunque le agregaría alguna monja disfrutando del dolor, o un linyera pidiendo limosna a las señoras.

18.2.10

cartografías sensoriales

Vista, oído, gusto, tacto, olfato, sirvieron para clasificar para siempre la mayoría de los cursos acuáticos. El mismo río de la Plata fue llamado por Solís "Mar dulce", identificándolo gracias a la vista y al gusto, antes de que la historia y la tradición se lo apropiaran, llamándolo primero con el nombre de su descubridor y corrigiendo la impresión visual que daba la ausencia de orillas ("el río de Solís"), y después con el espejismo de los metales preciosos a los que daba presuntamente acceso, el argentino río, que daría más tarde su nombre al territorio entero. A veces esas denominaciones sensoriales son de orden pragmático, no solamente por razones de orientación, sino también para distinguir, a causa del ganado, las aguas potables de las salitrosas. Pero en la mayoría de los casos, es la pura impresión de los sentidos, estilizada hasta la simplicidad emblemática, lo que establece la denominación.

Juan José Saer

30.1.10

El primer cine

En los cines de Zaragoza, además del pianista tradicional, había un explicador que, de pie al lado de la pantalla, comentaba la acción.
El cine constituía una forma narrativa tan nueva e insólita que la inmensa mayoría del público no acertaba a compernder lo que veía en la pantalla ni a establecer una relación entre los hechos. Nosotros nos hemos acostumbrado insensiblemente al lenguaje cinematográfico, al montaje, a la acción simultánea o sucesiva, incluso al salto atrás. Al público de aquella época, le costaba descifrar el nuevo lenguaje.
De ahí la presencia del explicador.
Nunca olvidaré cómo me impresionó, a mi y a toda la sala por cierto, el primer travelling que vi. En la pantalla, una cara avanzaba hacia nosotros, cada vez más grande, como si fuera a tragársenos. Era imposible imaginar ni un instante que la cámra se acercase a aquella cara -o que ésta aumentase de tamaño por efecto de trucaje, como en las películas de Mélies. Lo que nosotros veíamos era una cara que se nos venía encima y crecía desmesuradamente.

(...)

Creo que el cine ejerce cierto poder hipnótico en el espectador. No hay más que mirar a la gente cuando sale a la calle, después de ver una película: callados, cabizbajos, ausentes. El público de teatro, de toros o de deporte, muestra mucha más energía y animación. La hipnosis cinematográfica, ligera e imperceptible, se debe, sin duda, en primer lugar, a la oscuridad de la sala, pero también al cambio de planos y de luz y a los movimientos de cámara, que debilitan el sentido crítico del espectador y ejercen sobre él una especie de fascinación y hasta de violación.

Luis Buñuel, 1982