30.1.10

El primer cine

En los cines de Zaragoza, además del pianista tradicional, había un explicador que, de pie al lado de la pantalla, comentaba la acción.
El cine constituía una forma narrativa tan nueva e insólita que la inmensa mayoría del público no acertaba a compernder lo que veía en la pantalla ni a establecer una relación entre los hechos. Nosotros nos hemos acostumbrado insensiblemente al lenguaje cinematográfico, al montaje, a la acción simultánea o sucesiva, incluso al salto atrás. Al público de aquella época, le costaba descifrar el nuevo lenguaje.
De ahí la presencia del explicador.
Nunca olvidaré cómo me impresionó, a mi y a toda la sala por cierto, el primer travelling que vi. En la pantalla, una cara avanzaba hacia nosotros, cada vez más grande, como si fuera a tragársenos. Era imposible imaginar ni un instante que la cámra se acercase a aquella cara -o que ésta aumentase de tamaño por efecto de trucaje, como en las películas de Mélies. Lo que nosotros veíamos era una cara que se nos venía encima y crecía desmesuradamente.

(...)

Creo que el cine ejerce cierto poder hipnótico en el espectador. No hay más que mirar a la gente cuando sale a la calle, después de ver una película: callados, cabizbajos, ausentes. El público de teatro, de toros o de deporte, muestra mucha más energía y animación. La hipnosis cinematográfica, ligera e imperceptible, se debe, sin duda, en primer lugar, a la oscuridad de la sala, pero también al cambio de planos y de luz y a los movimientos de cámara, que debilitan el sentido crítico del espectador y ejercen sobre él una especie de fascinación y hasta de violación.

Luis Buñuel, 1982